No llevan uniforme y tampoco cobran un salario mensual.
Troy, Keiza, Kaiza, Zulú, Kazán y Kash integran la Subunidad de Guías Caninos, un grupo especializado en detección de drogas, “con unas características propias” que patrulla a diario las calles de la capital como apoyo a la de la Unidad de Intervención Policial (Unipol), de Santa Cruz de Tenerife. Desde su creación en 1998, este grupo ha participado en importantes operativos de tráfico de estupefacientes llevados a cabo en la Isla.
Para lograr tal efectividad, el entrenamiento de estos perros tiene que ser constante y reiterativo. De ello se encargan cuatro agentes que trabajan diariamente a las órdenes de Benito Fortes, oficial responsable de la subunidad canina, quien explica que en el adiestramiento de estos canes se han centrado en la especialidad de “detección pasiva” porque ofrece “un resultado más productivo”. Esto significa que “el perro pasivo, cuando encuentra la droga se sienta” indicando la situación del alijo, una actitud que permite a los agentes “trabajar de una manera más limpia en interior de vehículos sin dañarlos y también en las personas”, añade.
Jornada a jornada, periódicamente, estos perros -cuyas razas son pastor belga malinois, labrador, pastor alemán y presa canario- acuden junto a su policía-entrenador-cuidador a “jugar”, ya que el entrenamiento para la detección de drogas está basado, tal y como argumenta el suboficial Fortes, en que se aprovecha el instinto del animal para localizar el objetivo, aunque él simplemente “está buscando una presa asociada a un olor”. Este olor corresponde a una sustancia ilegal, ya sea hachís, heroína o cocaína o que el juzgado le facilita a la Unipol durante un periodo de 12-24 meses, y luego es devuelta.
En función de la distinta pureza que pueda tener el estupefaciente con el que entrena, “el perro aprende a discriminarla” de forma refleja. En todo caso, Fortes aclara que esta explicación se queda prácticamente en un plano teórico ya que “ellos discriminan muy bien los olores y encuentran siempre la droga”. Tal explicación invita a las matizaciones. Así, si bien se usan rodillos (cilindros de felpa impregnados de sustancias) a modo de juguetes que se esconden en determinados lugares para que los canes los localicen a través de su olfato, los policías responsables del entrenamiento dejan claro que los animales no son drogodependientes.
El protocolo de búsqueda es claro: “¡Buuusca!”, cuando el animal sale a localizar la presa; “¡sit!”, cuando la ha encontrado y permite que sea el policía el que la coja; y “¡muy bien!” Acompañado de juegos y caricias, al final del ejercicio. Esta última fase forma parte del adiestramiento positivo que se lleva a cabo en esta subunidad, porque “al perro siempre hay que mantenerlo contento porque funciona por estímulos”, apunta Benito Fortes. La unidad también cuenta con Klay, un perro de rescate, y Tao, otro de seguridad, que también siguen un entrenamiento específico y periódico.
El mejor amigo en el trabajo
El adiestramiento del animal suele durar seis meses, aunque luego debe mantenerse un entrenamiento diario. Los perros suelen entrar a la academia con un año o año y medio, “salvo que tenga buenas aptitudes, que entra con 8 o 10 meses”. Cada uno de ellos tiene un guía canino con el que trabaja y que se encarga de llevar el control de tratamientos médicos y alimentación. Para ello, según observa Benito Fortes, no solo hace falta formarse sino también “que le gusten los animales y tener buena mano para trabajar con ellos”.
Fuente: Diario de Avisos